Fin de las «vacaciones» del 2024.
Mañana toca ir a trabajar.
Desde que me fui, no he tomado buenas decisiones laborales; no cumplen lo que prometen y jefes que se desentienden (te dicen una cosa y hacen otra o simplemente no hacen nada…).
Eso sí, trabajo nunca me ha faltado.
Pero uno va cayendo en, no en desidia (no sería profesional ni ético), pero sí en falta de motivación laboral cuando las expectativas creadas por promesas que nunca se cumplen se desvanecen. En las primeras etapas de un empleo se nos venden ideales de crecimiento profesional, estabilidad, o un ambiente de trabajo positivo, pero, con el tiempo, esas promesas se demuestran vacías, y es cuando la desilusión se instala. La falta de cumplimiento de esos compromisos genera una sensación de frustración y desconfianza, erosionando poco a poco la motivación. El entusiasmo inicial se convierte en resignación, pues las metas que se nos ofrecieron como alcanzables parecen cada vez más inalcanzables. Esto no solo afecta el rendimiento, sino también a la percepción personal de valía dentro de la empresa. Cuando el entorno laboral está marcado por falsas promesas, el sentido de propósito y el deseo de avanzar se desvanecen, dejando espacio para la desmotivación y la desconexión.
Mañana toca ir a trabajar.