De lo real a lo imaginado

Historias cotidianas con las aventuras de la mente.

Category Archive : Año 2025

Lo mismo de siempre

Te levantas.
Te aseas. Te vistes. Desayunas.

Sales a la calle.
La misma hora. La misma gente. El mismo tráfico. El mismo atasco.

Llegas.
Los mismos compañeros. El mismo inaguantable. La misma rutina.
Las horas no pasan.

Sales.
Sonríes. Otro día más. ¡Superado!

Esperando a mi amigo el sábado.

Vuelta a la rutina.

En el metro

Estoy de pie, en la plataforma. El metro se va llenando en cada parada. Ya no cabe más gente. Aun así, siguen entrando.
Estoy agarrado con una mano, sujetándome, intentando mantener el equilibrio entre tanto gentío.
Se vuelven a abrir las puertas, sigue entrando más gente que empuja a los que ya estamos dentro.

Cruzamos las miradas. Él se me queda mirando fijamente, yo también.


Van pasando las paradas. El vagón se va vaciando poco a poco.
Esta vez es a la inversa. En cada parada van apeándose los pasajeros.

Sigo en mi misma posición: en la plataforma, agarrado con una mano a la barandilla vertical.
Es invierno. Llevo abrigo. Y en la espalda mi mochila.

Cada vez queda menos gente en el vagón.


Ahora sólo esta una señora sentada, enfrente de mí. No veo a nadie más.

No noto nada. Solo escucho. Oigo el ruido de una cremallera abriéndose o cerrándose, no lo sé bien. Llevo mi mano, instintivamente, hacia el bolsillo izquierdo de mi chaqueta. Me lo han abierto con un rápido movimiento, sólo lo ha delatado el ruido de la cremallera al bajarse. Suerte que el vagón está vacío.

Me giro. Ahí está él. Como si nada. Mirando hacia otro lado.
Grito; ¡cuidado ladrón, carterista! Subo rápidamente la cremallera del bolsillo.

Se coloca enfrente de mí, empieza a insultarme. Se abren las puertas del vagón. Hemos llegado a otra parada. Se baja.

No ha podido robarme nada. Suerte que el vagón estaba vacío. Cinco minutos antes, ni me hubiera enterado.

Parecer ser

que sí. Que cuando a una persona le explicas que lo que hace está mal, ésta usa su raciocinio, y es capaz de entender y rectificar.

O eso parece.
Lo sabremos en unos pocos días.
Toca esperar de nuevo.
Pero todo apunta a que sí.
Si no, pues nada. Comenzará la refriega.
Saben que si es así, tienen las de perder. Será largo, porque así es la justicia. Pero al final, la razón sólo la puede tener una de las partes. Y saben que ellos no son esa parte ganadora.

Cabreo

Cabreo total.

No sé qué pasa por la mente de las personas para querer aprovecharse de los demás.
Hay gente con mucha cara. Gente que sólo sabe vivir a costa de la sociedad. Gente a la que no le gusta trabajar. Gente que creen que a los demás la vida nos regala las cosas.


Gente que quiere vivir del cuento.

No se me ocurre

¡Nada!

Estoy vacío. Apático.
Intentaré buscar qué escribir. Nunca, bueno casi nunca, me había pasado. Siempre se me ocurre algo. Es raro.
Por más vueltas que le doy a la cabeza, no sé qué contar. Y mira que me pasan cosas… Entre el trabajo y los pasatiempos (hobby) que tengo tendría qué decir, contar.
Lectura, fotografía, programación, Inglés, ordenadores retro, reparación de ordenadores retro…

Mira, igual me da por hacer algunas entradas sobre cómo era la informática allá por los años 80 y/o 90. Cuando no existía internet. O cuando empezó a existir y teníamos que tirar de modem e intervenir la línea telefónica de casa para conectarnos a alguna BBS, mientras nuestros padres nos daban la bronca por estar acaparando la línea. Ya sin hablar lo que costaba en pesetas (el Euro no existía, ni se le conocía).
Y ahora que recuerdo. Yo que siempre digo que nunca me han estafado…

En aquella época, mediados de los 90, había que pagar por conectarte a internet a través de la línea telefónica, conectando un modem de 56k. Los comienzos de internet. Cogías el auricular, lo colocabas encima del modem, te ibas a PC y ejecutabas el programa que te conectaba el modem con el «mundo externo». Poco más tarde llegaron las tarjetas PCI con modem de 56K. Ahí ya conectabas directamente el cable del teléfono a la tarjeta que iba conectada dentro del ordenador.
Entonces se pagaba por la conexión y por minuto conectado; no era nada barato. Pero es que si alguien llamaba a ese número de teléfono que estabas usando para conectarte, automáticamente saltaba la conexión y tenías que volver a conectar. Eso sin contar las broncas de tus padres tanto por acaparar «el teléfono» (como me decían) como por el coste que eso iba a reflejar en la factura.
A lo que iba.
Aparece una empresa que te ofrece tarifa plana a un coste de, ahora no recuerdo si eran 5.000 ó 10.000 pesetas, mensuales. Supongo que serían 5.000 pesetas. Tampoco recuerdo el nombre de la empresa que ofrecía este servicio.
Pues al cabo de los pocos meses de estar usando este fantástico servicio me llega una carta (sí, carta postal con su sello. De las que reparten los carteros) donde decía (tiro de memoria) que la empresa iba mal, pero si que todos los usuarios aportaban una cantidad de dinero x extra, todo seguiría funcionando igual de bien y que después ese dinero se devolvería (sigo tirando de memoria). No recuerdo la cantidad exacta, supongo que serían unas 5.000 pesetas de la época.
Pues ahí voy yo y les mando el dinero que pedían. Se ve venir lo que sucedió después… ¿no? Pues sí, esa empresa cerró y se llevó todo el dinero de aquellos (supongo que miles) incautos que caímos.

Años después leí que fue una estafa en toda regla. La empresa, efectivamente, iba mal. Así que su creadora (sigo tirando de memoria), o CEO como se dice ahora, decidió que un buen retiro sería pedir dinero a sus clientes antes de cerrar y así asegurarse un buen tiempo sin preocupaciones.
Nunca denuncié.

¡Coño! Con la tontería he escrito algo… jejeje

PD.: Si consigo encontrar qué empresa fue y como sucedió realmente (que la memoria es selectiva y muchas veces creadora de contenido) editaré esta entrada con nombres, apellidos y dinero estafado.

¡Y sí…!

Te dejarán cambiar algo del pasado, ¿lo harías?
Yo soy de los que opinan que no. Las decisiones uno las toma en el momento y ¡listos!
Otra cosa es que esas decisiones hayan sido las correctas. Pero cambiar, lo que se dice cambiar, no lo haría.
Igual uno, con el tiempo, se arrepiente. Pero es lo que decidiste.


Ahora ya no se puede hacer nada al respecto (me refiero a volver al pasado. Si es que se pudiera en este universo paralelo de los que algunos hablan que existe, pero que no se puede demostrar).

Tomas una decisión y punto. Luego ya está en tu mano volver a tomar otra y cambiar el rumbo de esa última; si quieres, te apetece, hay ganas y si es que se puede. Que la mayoría de veces es que ya no se puede. O no se puede sin arriesgar mucho. Y si el asunto se vuelve a torcer, ya puede ser demasiado tarde.

Unos te dirán que hiciste mal, o que hiciste bien. O que tendrías que haber hecho otra cosa, o haberte conformado, o… Opiniones siempre hay mil. Pero no son ellos los que las han tomado. Hablar desde fuera siempre es fácil. Dar consejos a terceros es sencillo. Después hay que aplicarlos.

Siempre digo que hay que verse en la situación. Que nadie toma decisiones porque sí, siempre hay un por qué, un motivo que te empuja.

Dentro de unos días

nos volveremos a ver.
Sólo espero que te hayas marchado. Que no sigas ahí. Mirando. Esperando. Sin prisa. Acechando.

Dentro de unos días sólo espero no verte de nuevo.
Que me dejes en paz. Libre. Disfrutando. No volverte a ver más.

Dentro de unos días sólo espero haberte olvidado. Borrarte de mi memoria. De mi cuerpo.

Dentro de unos días sólo serás nada.

Pues nada

Seguimos con el «abuelo cascarrabias».

¿Por qué la gente conduce, en autopista, por el carril central e izquierdo?

Cuando salgo hacia el trabajo tengo que ir por una tramo de autopista. Pues puedo ir tranquilamente por el carril derecho, «adelantando», a todos los demás conductores porque van más lentos (lentos me refiero a que circulan a velocidades de, entre, 90 y 100 Km/h) por los dos carriles de la izquierda.

Pongo «adelantando» entre comillas porque para mí adelantar es cambiarme de carril y, después de «adelantar» al vehículo que me precedía, volver al carril inicial. Así que para mí no es adelantar.

Sé que me expongo a multa. Pero, ¿no deberían multar a estos que van más lentos por los carriles que no deben?

Que a veces, por no quitarme yo del carril central, porque va alguien circulando a 90 km/h, le hago luces para que se vaya hacia el carril derecho (que está vacío) y se pone en el carril izquierdo.
¿Qué pasa por la cabeza de esa persona que va a 90 km/h por el carril central, otro vehículo le hace señales, porque va molestando, para que se aparte y acaba poniéndose (a la misma velocidad que iba) en el carril izquierdo?
La mente humana es así, ¡inexplicable!

Ya por no hablar de los que no saben que su vehículo dispone de intermitentes para hacer saber a los demás qué intenciones tienen cuando están maniobrando, para que no tengamos que ser adivinos el resto.

Pues eso: la mente humana es así, ¡inexplicable!

¡Buf!

Es que no puedo, me supera.

¿Por qué tengo que ir escuchando conversaciones ajenas…?
¿Acaso la mayoría de la gente que posee un teléfono móvil no sabe que se lo puede colocar en la oreja para oír mejor al interlocutor?

La típica respuesta que me dan es que así «oyen» mejor. Y van y se lo creen.
No saben que si se acercan el teléfono a su oreja hay un altavoz que emite el sonido directamente a su aparato auditivo; ¡y lo escucharán mucho mejor! Y no tenemos que estar oyendo, los demás, algo que no nos importa lo más mínimo. Y, seguramente, la otra persona que participa en la conversación no sabe que todo el mundo está a la escucha.

O si no los que van haciendo videoconferencia por la calle, en la cola, dentro de un establecimiento…

En fin, no tenemos perdón.

(Lo dice el «abuelo cascarrabias»).

😉

Estoy, estoy

Estoy por aquí.

Lo sé, dos días. No pasa nada. Todo continúa, nada se para.

Uno tienes sus quehaceres diarios y a veces no puede con todo. Es la forma que tenemos en este siglo de «no vivir».

Y, es que, parece que no sabemos vivir si no es con prisa y queriéndolo hacer todo.


Que no pasa nada. Que si queda algo pendiente, ya se hará después, o mañana, o pasado.
Que hay que disfrutar del momento, de este momento. Que uno nunca sabe cuando le va a tocar «decir» adiós.

Que vidas sólo tenemos una. Aunque algunas religiones nos quieran «vender» que después de ésta vamos a ir a otra vida mejor (si nos hemos portado bien, claro. «Bien» según ellos y sus reglas).

Que hay tantas religiones como maneras de pensar.
Y aunque comparten varios elementos comunes todas «acaban», tienen, el mismo fin, para sus devotos; alcanzar un estado más elevado de existencia en la vida eterna. Esa que nos venden y a la que llegaremos si hemos sido fieles creyentes y practicantes.

No pertenezco a ninguna, aunque respeto a todas. Pero ni el Cristianismo, ni el Judaísmo, ni el Islam, ni el Budismo, ni el Hinduismos, ni, ni me han convencido de nada. Sólo poder, y más poder. Dinero, y más dinero.

Para mi la religión es igual que la política: palabras vacías, actos vacíos. Nos creemos lo que nos dicen porque nos interesa, sabiendo que no van a cumplir nada de lo hayan dicho.

¡Amén, hermano! Palabra de Dios.

PD.: Eso sí: bautizado, confirmado y casado por la religión Cristiana. Ahora, ¿quién entiendo esto…? Es lo que tiene nacer en una determinada religión, que nadie te pregunta; te alistan y listos. Después el tiempo te va dando visos de cómo funciona este mundo y uno decide.


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