De lo real a lo imaginado

Historias cotidianas con las aventuras de la mente.

Autor: rolo

Hay que improvisar más…

Siempre he sido de esos que piensan demasiado antes de actuar. Analizo cada detalle, cada posible consecuencia, como si pudiese controlar el futuro solo con darle vueltas en mi cabeza. Ayer no fue la excepción.

Tenía una entrevista de trabajo importante.
La noche anterior repasé una y otra vez posibles preguntas, respuestas perfectas, gestos adecuados. Incluso ensayé la sonrisa frente al espejo, buscando el equilibrio entre seguridad y simpatía. Dormí poco, dándole vueltas a si debía llevar corbata o si eso parecería demasiado formal.

Llegó el momento. Caminé hasta la oficina repitiendo mentalmente mis argumentos.
Al entrar, un sudor frío me recorrió la espalda.
Me senté con la postura ensayada, pero las palabras no salieron como esperaba. Tropiezos al hablar, ideas desordenadas y, para colmo, respondí «sí» a una pregunta que no entendí por completo.

Salí de allí sintiendo que todo había salido mal.
¿Cómo era posible? Había preparado cada detalle, pero justo eso me bloqueó.
A veces, pienso que tanto pensar me impide actuar con naturalidad.
Quizá, la próxima vez, debería simplemente respirar hondo y dejar que las cosas fluyan. Aunque, claro, eso también debería pensarlo bien antes de intentarlo.

Menos mal…

…Dejó de llover.

Casi dos semanas lloviendo casi sin parar.
Ha sido beneficiosa, por lo menos en mi zona, porque no ha sido lluvia intensa.
Más bien ha ido cayendo con moderación. Algún momento, instante, fuerte. Pero nada preocupante.
Soy consciente de que en algunas zonas no ha sido así y ha habido desbordamiento de ríos, calles anegadas, granizadas, etc. Por suerte, donde vivimos, no.
¿Ayudará a que este verano sea menos caluroso?

Uno esperando al fin de semana para no poder salir.
Así que hemos aprovechado para dar una oportunidad a alguna serie de aquéllas «que lo han petado» y que en su momento no nos llamaron mucho la atención.
Pero oye, que sí. Que nos han enganchado. Que están bien.

Nada, no hay comunicación

No contesta, no da señales de «vida».

Pides ayuda a alguien. Te dice que sí, pero que no sabe cuánto tardará; se entiende, es comprensible. Lo hace por hobby y en su tiempo libre.
A la semana me escribe. Ha empezado a comprobar el funcionamiento. De momento, lo que ha verificado, todo está bien.

De eso hace ya más de cinco meses.

Le escribo, no contesta. No dice nada.
Una vez al mes me contesta. Me dice que no ha podido mirar nada. La última vez le digo que no pasa nada, que lo entiendo. Que si no puede seguir mirándolo, que me lo envíe de vuelta. Nada…

El día 17 de febrero me escribe y dice que esa misma semana lo tendrá reparado. De eso va a hacer ya casi un mes. Sigo sin saber nada.
Le he vuelto a escribir, no hay respuesta.

No sé si darlo por perdido o algún día me lo enviará de vuelta. Ya me da igual si está reparado o no…

Yo entiendo que si alguien se ofrece (fui yo quién contactó con esta persona) a mirar/reparar algo en su tiempo libre y por hobby, lo haga cuando pueda. Es comprensible, no es su fuente de ingreso habitual.
Lo que no llego a comprender es la nula comunicación.
Que no pasa nada. Se ha intentado. No puede ser, me lo envías de nuevo y ya está. Todos tan amigos y yo sigo agradecido.

En fin. Toca seguir esperando y tener paciencia…

Sigo con el dichoso

papelito en el bolsillo.

De vez en cuando lo saco, pero parece estar escrito en cirílico. No tengo ni idea.
De todas formas ya no ha vuelto a sonar más el timbre de la puerta «fantasma». Estoy por poner una de esas mirillas electrónicas que graban todo lo que pase en el descansillo en cuánto notan movimiento.

He usado el traductor del móvil, pero nada. No detecta en qué idioma está escrito. Tampoco es plan de ir enseñándolo por ahí. Van a pensar que estoy loco, más de lo que estoy realmente.

He intentado buscar información en internet sobre alfabetos. Pero debo ser muy analfabeto, no encuentro nada.

Paciencia.

¡Ring. Ring. Ring!

¡Que voy! ¡Que ya voy!

Me pongo los zapatos. Me levanto. Avanzo hacia la puerta de entrada.
Antes de abrir, miro por la mirilla de la puerta. No veo nada. No veo a nadie.

¡Ring. Ring. Ring!
Ya me estoy mosqueando…
Vuelvo a mirar por la mirilla de la puerta. Nada, no hay nadie…

Antes de volver hacia el salón vuelvo a echar un ojo para ver si hay alguien en el rellano. Igual, no hay nadie.

No pasa nada. Igual ha sido una jugada de la mente.

Vuelvo al salón. Sigo mirando el programa de televisión.

¡Ring. Ring. Ring!
Ya me están tocando demasiado las narices. No me hace gracia.
No hago caso.

¡Ring. Ring. Ring!
Salgo corriendo hacia la puerta de entrada. Vuelvo a mirar a través de la mirilla de la puerta. ¡No hay nadie!
Abro la puerta. No, no hay nadie. No puede ser. Cuatro veces no es posible que me las haya imaginado.
Bajo la mirada hacia el umbral. Veo un papel blanco doblado. Lo cojo. Cierro la puerta.

Me apoyo de espaldas en la hoja de la puerta. Abro el papel.
Es una nota. Una nota escrita a mano…
Vuelvo a mirar por la mirilla, sigo sin ver a nadie.

Pues nada

Llegó el día.

Mañana nos vemos. A ver qué me cuentas. Espero sean buenas noticias. Aunque hasta dentro de unos días no lo sabré. Pero seguro que será así.
Hace tiempo que no sé nada de ti, eso es bueno.
Cuánto más lejos, mejor.

Y si no nos volvemos a ver, pues que te vaya bien. A mi me irá mejor todavía.

De todas formas nunca has sido bienvenido.

Todo es cordialidad

y amabilidad, hasta que dices no.

¡Qué pesados! Y eso que me inscribí en la lista Robinson.
Te llaman, todo es amabilidad y buenas palabras, hasta que dices no.

Te llaman, empiezan a ofrecerte servicios donde todo son ventajas. En cuánto le dices que igual te interesa pero que te lo manden por correo para mirarlo mejor y con calma, es cuando empiezan a ponerse «nerviosos». Normalmente te dicen que la oferta sólo es telefónica y a través del operador que te está llamando.
También suelo hacerle «truco» de decir que «¡qué casualidad, justo hay una oficina de su empresa cerca de mi casa. Me acercaré a mirar esa oferta». También me suelen colgar la llamada teléfónica.


Perdona, entonces ya no me interesa. No voy a contratar nada por teléfono sin saber con quién estoy tratando. Si realmente es quién dice ser y si realmente me llama de donde dice llamarme.
Por normal general, no es así.
Tienen tus datos parciales, que han comprado y sacan de alguna base de datos.

Una vez me llegaron a decir que todos mis datos (número de teléfono, dirección, nombre, apellidos, etc.) lo tenían porque yo aceptaría alguna cookie navegando por internet.
«Perdone, señora. Las cookies no dan esa información privada. ¿De dónde ha sacado mis datos?» Ahí ya me colgó el teléfono.

No hay que fiarse de nadie. Nunca, nunca, contrataré nada por teléfono. Y menos aún si me llega la llamada de alguien a quién no he pedido que me llame para ofrecer nada.

Nos empeñamos

en ser cabezones.
No vale la pena.

No.

Como siempre se ha dicho, sólo tenemos esta vida. No vale la pena estar enfadado con el mundo.

Pero, ¡cabrones! Dejad de enfadarme con el mundo.

Hay que aprender a ser uno mismo. Si no hablo con alguien, será por algo. igual es por salud mental.
Hay que alejarse de la gente «tóxica», que no te hace bien. Simplemente obviarlos, pasar de ellos. Tratar lo mínimo, lo indispensable (si no hay más remedio). Las mentiras, falsas promesas y gente que crítica hay que dejarlas lejos. Muy lejos.

Sé feliz.

¡Feliz jueves!

Lo mismo de siempre

Te levantas.
Te aseas. Te vistes. Desayunas.

Sales a la calle.
La misma hora. La misma gente. El mismo tráfico. El mismo atasco.

Llegas.
Los mismos compañeros. El mismo inaguantable. La misma rutina.
Las horas no pasan.

Sales.
Sonríes. Otro día más. ¡Superado!

Esperando a mi amigo, el sábado.

Vuelta a la rutina.

En el metro

Estoy de pie, en la plataforma. El metro se va llenando en cada parada. Ya no cabe más gente. Aun así, siguen entrando.
Estoy agarrado con una mano, sujetándome, intentando mantener el equilibrio entre tanto gentío.
Se vuelven a abrir las puertas, sigue entrando más gente que empuja a los que ya estamos dentro.

Cruzamos las miradas. Él se me queda mirando fijamente, yo también.


Van pasando las paradas. El vagón se va vaciando poco a poco.
Esta vez es a la inversa. En cada parada van apeándose los pasajeros.

Sigo en mi misma posición: en la plataforma, agarrado con una mano a la barandilla vertical.
Es invierno. Llevo abrigo. Y en la espalda mi mochila.

Cada vez queda menos gente en el vagón.


Ahora sólo esta una señora sentada, enfrente de mí. No veo a nadie más.

No noto nada. Solo escucho. Oigo el ruido de una cremallera abriéndose o cerrándose, no lo sé bien. Llevo mi mano, instintivamente, hacia el bolsillo izquierdo de mi chaqueta. Me lo han abierto con un rápido movimiento, sólo lo ha delatado el ruido de la cremallera al bajarse. Suerte que el vagón está vacío.

Me giro. Ahí está él. Como si nada. Mirando hacia otro lado.
Grito; ¡cuidado ladrón, carterista! Subo rápidamente la cremallera del bolsillo.

Se coloca enfrente de mí, empieza a insultarme. Se abren las puertas del vagón. Hemos llegado a otra parada. Se baja.

No ha podido robarme nada. Suerte que el vagón estaba vacío. Cinco minutos antes, ni me hubiera enterado.


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