¡Que voy! ¡Que ya voy!
Me pongo los zapatos. Me levanto. Avanzo hacia la puerta de entrada.
Antes de abrir, miro por la mirilla de la puerta. No veo nada. No veo a nadie.
¡Ring. Ring. Ring!
Ya me estoy mosqueando…
Vuelvo a mirar por la mirilla de la puerta. Nada, no hay nadie…
Antes de volver hacia el salón vuelvo a echar un ojo para ver si hay alguien en el rellano. Igual, no hay nadie.
No pasa nada. Igual ha sido una jugada de la mente.
Vuelvo al salón. Sigo mirando el programa de televisión.
¡Ring. Ring. Ring!
Ya me están tocando demasiado las narices. No me hace gracia.
No hago caso.
¡Ring. Ring. Ring!
Salgo corriendo hacia la puerta de entrada. Vuelvo a mirar a través de la mirilla de la puerta. ¡No hay nadie!
Abro la puerta. No, no hay nadie. No puede ser. Cuatro veces no es posible que me las haya imaginado.
Bajo la mirada hacia el umbral. Veo un papel blanco doblado. Lo cojo. Cierro la puerta.
Me apoyo de espaldas en la hoja de la puerta. Abro el papel.
Es una nota. Una nota escrita a mano…
Vuelvo a mirar por la mirilla, sigo sin ver a nadie.